El proyecto de equilibrio de poderes que cursa su quinto debate en el Congreso por estos días, propone la asignación de una curul para quien quede de segundas en las votaciones presidenciales, esto parece un esfuerzo interesante para la consolidación de la oposición.
El valor que ha ganado la
oposición en Colombia en los últimos años es evidente. El opositor pasó, en
pocos años, de ser una categoría inexistente a ser protagonista de la vida
nacional.
Sin embargo, la fragilidad de
su figura aún es latente: sin estatuto de la oposición y con un sistema
híper-presidencialista -que carga de facultades al presidente- fácilmente la
oposición puede ser opacada.
Nuestra historia conformó un
sistema político que obstaculiza el ejercicio de la oposición. La
herencia que recibimos del Frente Nacional fue la de una sociedad políticamente
cerrada, en la que no se podía ascender -o descender- en el panorama electoral
si no se hacía parte de los partidos históricos.
Los efectos devastadores del
acuerdo bipartidista ya los conocemos: el fortalecimiento de las burocracias
internas, el reparto de la maquinaria administrativa del Estado como si fuera
propiedad privada, el declive de las ideologías políticas y la imposibilidad de
nuevas fuerzas para acceder a la composición del poder -que es una de las
causas históricas del conflicto social-, además de la persecución y exterminio
al que fueron sometidos sectores de la oposición. (para mas información
ver el informe ¡Basta ya! del Centro de Memoria Histórica aquí)
Pero, definitivamente ni los
individuos ni las sociedades están condenados a amoldarse a sus desgracias.
Como todo lo que los humanos hemos creado, el diseño institucional no es un
modelo invariable e intocable, sino que como artesanías, las democracias, si
quieren crecer, deben irse moldeando, lijando, y perfeccionando para dar respuesta a las necesidades de la
época.
Con la Constitución del 91 se
rompió parcialmente con este modelo de participación política cerrado, sin
embargo, no fue suficiente para la consolidación de la democracia, y en
especial para el fortalecimiento de la oposición. Existen barreras de origen
constitucional que enfrenta el sector político que quiere hacer oposición en
Colombia. Pensemos en dos ejemplos:
El primero, tiene que ver con
la práctica electoral, tal como está reglada en nuestra constitución, y es que
la circunscripción nacional para elegir al Senado, permite que un candidato pueda
hacer campaña en todo el territorio nacional, lo que incrementa los costos en
tal grado que solo llegan al Senado dos tipos de competidores: quienes
tienen un alto reconocimiento popular –el voto de opinión-, y quienes
llegan, o bien porque comprometen su independencia política con algún sector
económico –legal o ilegal-, o bien porque tienen la maquinaria burocrática para
lograrlo. Y me atrevería a asegurar que son más los del segundo tipo que los
del primero.
El segundo es de origen
normativo, donde existe un déficit de protección, pues si bien la constitución
protege el derecho a ejercer la oposición con una serie de garantías tales como
la democratización de los medios de comunicación públicos y la participación en
los órganos electorales, estas garantías no se han hecho efectivas.
Por ser un derecho
fundamental, la carta política ordena que se reglamente mediante una ley
estatutaria, que no ha podido ser acordada, unas veces por falta de interés del
gobierno, y otras porque sectores dogmáticos de la oposición no han sido
capaces de sentarse a la mesa a dialogar. A pesar de esto el Ministro del
Interior insistió nuevamente en la necesidad de concertarlo. (Ver el Ministro
del Interior se compromete a promover estatuto de la oposición aquí)
En medio de este panorama,
llama la atención la propuesta del gobierno en el proyecto de equilibrio de
poderes, de asignar una curul en el senado al segundo candidato más votado en
las elecciones presidenciales.
Esto no se puede ver como un
premio de consolación. Tampoco puede pensarse en términos personales, acerca de
quien o quienes hubieran podido ocupar esta curul en las elecciones anteriores,
sino que debe ser analizado en términos
institucionales, en el beneficio que puede aportar a la democracia.
En realidad representa el
reconocimiento al voto y al derecho a acceder a la conformación del
poder de los ciudadanos que no se identifican con las propuestas del
candidato vencedor, y que se manifestaron con cierta vocación de alcanzar la
presidencia, que si bien no se concretó, tampoco sus votos se van a la caneca.
El beneficio para la
democracia residiría en el fortalecimiento de la oposición a través de la
conservación de al menos una de las voces disidentes más relevante, que no
quedaría eliminada de plano, sino que recibiría la última silla en el Senado, y
digo la última no por ser la menos importante, contrario a esto, sería una
sobre las cuales recaería mayor expectativa, pues se esperaría un control
político contundente hacia el presidente.
La coherencia programática e
ideológica sería puesta a prueba, ¿luego de las elecciones persisten las
diferentes visiones discutidas en la campaña, o por el contrario, sólo se
velaba detrás del discurso la conquista del poder por el poder?
Por supuesto, el respeto y la
garantía de la oposición no se agota ahí, pues esta disposición sólo favorece a
un grupo con un caudal electoral más o menos grande, pero no a los partidos
pequeños que no hacen parte de las mayorías parlamentarias.
No escapa a la crítica la
figura propuesta. Dos objeciones pueden saltar a la vista: Por un lado puede
surgir una crítica de orden teórico, pues es problemático que el voto de unos
ciudadanos en la práctica puedan elegir dos veces senador, mientras que los
partidarios de otras expresiones políticas minoritarias no contarían con este
privilegio, esto desequilibraría el poder entre las mismas facciones de
oposición, y pondría en juego el principio de soberanía popular, que
coloca en cabeza de cada ciudadano la misma cuota de poder.
Por otro lado, teniendo en
cuenta la historia electoral reciente, se puede decir que quienes han disputado
la presidencia y han quedado en segundo lugar, en últimas son representantes
del mismo sector político que tradicionalmente ha conservado el poder, y que
solo se diferencia en aspectos de forma y no de fondo, luego la disposición que
comentamos sólo redundaría en el fortalecimiento de quienes han detentado el
poder y no de quienes luchan por arrebatárselo.
Ambas son objeciones
relevantes que merecen ser analizadas con detenimiento; sin embargo, para la
consolidación de la paz, el aceptar que existen visiones políticas diferentes,
reconociéndose mayor participación en el congreso es un avance considerable,
teniendo en cuenta nuestra historia donde se ha preferido la eliminación de las
diferencias en lugar de la coexistencia y el acuerdo.
Jannluck Canosa Cantor
12 de Abril de 2015
Centro de Estudios Integrales
en Derecho
@JannCanosa
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