¡Tinterillos!, ¡Abogados de baranda!, fueron los calificativos que escuché al iniciar mi carrera como abogado, referidos a aquellos colegas que mecanizan la labor del jurista y la hacen un oficio sin impacto significativo alguno.
Con el reciente escándalo en el seno de la Corte Constitucional, esta semana leí en el diario El Tiempo un titular que me pareció a todas luces decepcionante: ``La ética no tiene nada que ver con el derecho´´, palabras proferidas por uno de los penalistas taquilleros del país.
Uno de mis grandes maestros en la Universidad alguna vez pronunció un discurso en medio de sus clases, que me parece pertinente para abordar las palabras del abogado del magistrado Pretelt: ``sean abogados antes que especialistas y personas antes que abogados.´´ El mensaje no era otro que reconocer el carácter necesariamente ético de la profesión, con una responsabilidad quizás mayor, pues en manos del abogado reposan los intereses de sus clientes y su compromiso con el ideal de la justicia, que en ningún momento puede ser distorsionado para alcanzar fines particulares y oprobiosos.
Desde la labor del maestro de escuela, hasta la del carpintero, desde la del ingeniero hasta la del obrero, el despliegue de toda actividad profesional debe estar regido por un contenido ético, independiente del entendimiento religioso, cultural o social con que podamos tratarle.
Por ende, la ética antecede al derecho como norma de conducta, es la primera pretensión regulatoria de la vida en comunidad, es la base sobre la cual se construye el sustrato jurídico. Y para no comprometerme con cosmovisiones específicas creo que la regla ética por excelencia se resume en no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran.
Todo comportamiento en la vida personal y profesional debe estar regido por esa máxima; para alcanzar la plenitud no solo se necesita ser un jurista de grandes ligas sino también una persona extraordinaria, que encarne los valores de la justicia, la equidad, la honestidad, y la probidad, que describen a la perfección el deber ser del derecho.
Como abogados estamos para servir a los demás y en especial a los que más lo necesitan, actuando por la senda de lo correcto. Es en el servicio a nuestros clientes en donde encuentra sentido nuestra profesión, en el actuar con humanidad pero sobre todo con dignidad, en saber decir no cuando hay que hacerlo; para darle sentido a nuestra labor, para rescatarla del abismo de la reputación denigrante en que ha caído.
¿Tinterillo?, tinterillo el abogado sin ética, sin escrúpulos, porque aquellos colegas que desempeñan su trabajo por la senda de la integridad, por muy modesta que sea la labor que realicen, no merecen otro calificativo distinto al de JURISTAS, ellos son los hombres y mujeres que merecen nuestro reconocimiento.
Concluyo con un llamado a todos los estudiantes de derecho, a los ya profesionales y a los servidores públicos: no olvidemos para que estamos, no olvidemos qué le da sentido a nuestra profesión, para que el próximo titular sea ``la ética tiene todo que ver con el derecho´´.
Diego Alejandro Hernández Rivera
Centro de Estudios Integrales en Derecho
14 de marzo de 2015.