En
muchos países del globo el boom de
recursos minero energéticos ha
degenerado en el conocido fenómeno de la enfermedad Holandesa. Sus causas y
consecuencias son repetitivas y si no se actúa a tiempo, es como quedar
enganchado por milésima vez con una pésima película de Caracol o RCN. De hecho,
La enfermedad Holandesa es muy fácil de entender, pero al parecer a nuestros
ministros de hacienda de los últimos 15 años les encanta repetir malas
películas.
Todo empieza
siempre, por enormes demandas
internacionales de recursos primarios y escasez
de oferta, lo que causa el aumento de sus precios. Seguidamente, países ricos
en materias primas “aprovechan” y volcán todo su aparato productivo y esfuerzos
en la explotación de estos recursos. La
extracción masiva de petróleo oro o
níquel, por ejemplo, inunda al país de
dólares lo cual hace que el precio de la
divisa caiga y a su vez, el precio de la moneda local se revalúa, ya que son
necesarios menos pesos para comprar cada dólar. La revaluación de la moneda
local afecta profundamente otro tipo de exportaciones distintas a las del sector
en auge, debido a que por los productos
que se venden en dólares en el exterior se recibe menos de la moneda local. Adicionalmente,
la revaluación hace que los productos importados sean mucho más baratos en el
mercado interno.
La
afectación a la producción nacional provocada por la revaluación debe
contrarrestarse de inmediato. Esto quiere decir que las ganancias producidas
por el sector en auge deben destinarse al fortalecimiento de las actividades en
peligro, para hacerlas competitivas frente a las importadas. Además, se debe
procurar una diversificación del aparato productivo para depender en menor medida de la
explotación intensiva de recursos primarios que, como la minería, producen
impactos irreversibles en el medio ambiente, enrolan muy poco trabajo
calificado, generan profundos conflictos sociales; y cuyos precios
internacionales son peligrosamente
volátiles.
Esta es
la sinopsis de lo que pasa en estas malas películas, siempre predecibles.
Aunque en Colombia no es nuevo el fenómeno de la enfermedad Holandesa, durante
los últimos 15 años de auge minero energético se ha seguido con precisión la
fórmula del desastre.
Pues
bien, todo empieza con el aumento vertiginoso en la demanda de materias
primas de las economías emergentes
encabezadas por la China e India. Entre los años 2002 y 2012 la demanda de China
por petróleo subió el 98%, la del carbón 147% y la de los metales 329%, entre
tanto la de la India subió el 53%, el 93% y el 137% respectivamente, la súper
demanda provocó el aumento de los precios de estos productos. Colombia quiso
entonces “aprovechar” y enfocó todos sus esfuerzos en la locomotora minero energética,
como la película nunca cambia, la entrada descontrolada de divisas produjo que la moneda se apreciara y junto con la
desregulación económica imperante desde los 90 se afectó gravemente la
producción nacional.
Es el
preciso momento en el que la industria textil, marroquinera, ensambladora y el sector agrícola están esperando los
impulsos del gobierno para poder competir, cuando llegan atropellos como la practica gubernamental según la cual “ la
mejor política industrial es no tener política industrial” e infamias como agro
ingreso seguro en el 2008 y las deprimentes obras inacabadas del cruce de la
cordillera central o túnel de la línea, cuyo objetivo era facilitar la ruta
entre Bogotá, Cali y el puerto de Buenaventura. Estos son los incentivos con los
cual se firmaron múltiples tratados de libre comercio con potencias
industriales y agropecuarias como Canadá (Suscrito en el en el 2008, en vigor
desde agosto de 2011), Estados Unidos
(suscrito en el 2006, en vigor desde mayo del 2012), la Unión Europea y Corea.
No se
fortalece en todos esos años otros sectores económicos y se
abren las puertas de la casa con
nuestros productores en bola. El resultado es arrasador a tal extremo que la
industria perdió 3 puntos porcentuales de participación en el PIB entre 2002 y
2014, pasando del 14% al 11% y la agricultura del 14% al 6.7% para el mismo
periodo[1]. A modo de ejemplo, Amylkar
Acosta cita los casos de dos empresas emblemáticas de la de la
industria de la confección, Arturo Calle y Hernando Trujillo. A la primera le
toco pasar de ser uno de los confeccionistas más reputados del país a ser
simplemente comercializador de prendas de vestir que importa. Por su parte, Don
Hernando decidió cerrar sus tiendas en el país, antes de quebrarse, porque no resistió la avalancha de las
importaciones.
Como
resultado, el petróleo, el oro y el ferroníquel constituyen el 70% de la
canasta exportadora, y es aquí cuando le digo al señor ministro ¿para qué se
repite esa película? si ya la vio en Holanda, en Brasil, en Katanga, en Angola,
en Sierra Leona y el final siempre es malísimo. En esta parte de la historia los precios se
desploman, el barril de petróleo toca
los $30 este año, los precios del carbón caen el 51% entre el 2010 y el 2014 y tanto el oro como el ferroníquel caen un 36%. La inversión extranjera neta cae
el 47% en el primer semestre de este año y se calcula que entre el año pasado y
este la renta petrolera tendrá una disminución que ronda los $10 billones.
“Advertidos
estábamos” titula Amylkar Acosta esta escena de la película, en la que agarran
a los protagonistas con los calzones abajo, sin la infraestructura ni el
aparato productivo adecuado para afrontar los retos planteados por la liberación
del comercio y la dependencia de los precios del petróleo, pues Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de
la CEPAL, ya lo había pronosticado: “Nos convertimos en exportadores de materias
primas, volvimos a esquemas que creíamos superados (…) Nos estamos asociando
con China, que será la primera economía del mundo en el 2016, con un modelo en
que vendemos materia prima e importamos manufacturas. Así nos será muy difícil
dar sostenibilidad a nuestro crecimiento”[2].
Personalmente
titulo “país de mierda” la escena final de la película en la que miles de
protagonistas carecen de un empleo digno en la industria, en el campo, en la
ciencia. Cuando veo una y otra vez
escenas de empresas nacionales
quebradas y despidos masivos, los innumerables conflictos sociales y ambientales que la locomotora minero energética ha
generado, la reproducción incesante de
las mismas políticas que nos han traído a este punto y para rematar, el premio
que la revista internacional Euromoney le otorgó a uno de los directores de
esta pésima película como ministro de finanzas del año 2015.
Laura
Daniela González
Miembro
del Centro de Estudios Integrales en Derecho