¿El vivo vive del bobo, y el bobo de
papa y mama?
Latinoamérica un
día de abril de un año cualquiera. Los estudiantes de la clase de tercero de
primaria de una escuelita pública se encuentran castigados por su profesor de
biología. Todos sancionados con anotación en su expediente y calificación deficiente.
La culpable: una cedula de ciudadanía.
“Una vez, en una escuelita pública de aquellas que se
destacan más por la fama de sus estudiantes, que por lo bueno de su
infraestructura o la pulcritud de sus directivos, —por no hablar de los
refrigerios que se consumen o la cantidad de libros en su biblioteca— se
presentó una situación tan jocosa como dramática. El profesor de biología, don Estado, determinó que como tarea los
estudiantes debían dibujar una célula, pues tenía como propósito introducirlos
al maravilloso mundo de las ciencias naturales. El trabajo anunciado apenas
unos instantes después de que sonara la campana que indicaba el tiempo de
recreo, debía ser presentado el día siguiente. Los estudiantes no prestaron
mucha atención y habiendo ya guardado sus cuadernos, formaron —en alegre pero
anárquica actitud— una montonera que presurosamente pretendía tomar el sol
fuera del salón de clases.
Al
día siguiente, instantes antes de comenzar la clase con don Estado, uno de los estudiantes de apellido Vivo, recordó la labor que se le había encomendado, pero que la
tarde anterior no había realizado por encontrarse sumamente ocupado jugando a
la pelota. Rápidamente pidió ayuda a sus incondicionales amigos, Abeja y Avispado. Ambos desconcertados, pues compartían la negligente
condición, no hallaron más opción que copiar la tarea de otro estudiante,
aunque sabían que ello se encontraba prohibido. Tenían la costumbre de pedir la
tarea a Bobo, alumno que usualmente
cumplía con desgana sus labores. Sin tardanza ejecutaron su propósito.
Dibujaron una figura rectangular con una imagen al lado izquierdo. Otros
pequeños, observaron lo que hacían el trio de personajes en complicidad con el
cuarto no tan pilo pero si complaciente.
Tras
unos instantes, el resto del auditorio notó la diferencia de los dibujos propios
y los recién realizados, y con la convicción errada de que habían fallado en el
deber estipulado entraron en desasosiego. Al percibir la inquietud general, el
trio de ilustres alumnos propuso a toda la audiencia, que imitara su proeza
rompiendo el mandato de no copiar. El colectivo en su totalidad alcanzó —con la
habilidad artística que da el miedo a la mala nota— a replicar la figura
cuadrangular. La actitud de júbilo y euforia tras lograr la meta que implicó
romper la regla de no copiar la tarea, sólo pudo ser interrumpida por el
estruendoso chillido causado por don
Estado cuando observó que todos los niños tenían en su cuaderno el dibujo
del documento de identidad de la señora
de Bobo, madre de uno de los estudiantes”.
La
historia anterior puede resultar no muy lejana de la realidad. En la sociedad
colombiana se presenta, al igual que en el resto de Latinoamérica, un marcado
fenómeno de incumplimiento del deber jurídico. Las tasas de criminalidad,
violencia e impunidad no disminuyen significativamente, aunque a diario el
Estado trata de investigar nuevas fórmulas de lucha contra la ilegalidad. Se
inventan nuevos tipos penales, se ordenan sanciones más gravosas y se invierte económicamente
en la capacidad estatal de sancionar al infractor; nada es suficiente. La
ineficacia normativa se observa en clases altas y bajas, en personas con
bastante y poca formación académica, en jóvenes y viejos, etc.
Sociólogos,
economistas, psicólogos sociales y juristas latinos han investigado el tema, y
se han propuesto responder al problema planteando diversas estrategias. El
fenómeno del incumplimiento cuenta con interesantes análisis, como el que
efectúa García Villegas sobre la “cultura del incumplimiento jurídico” o Carlos
Nino sobre la “anomia boba”. Una cosa resulta cierta, el vivo no es tan vivo
como piensa, pero la sociedad aplaude su comportamiento, generando tolerancia
al incumplimiento de las normas legales por cualquier razón. Las reglas
jurídicas plantean una hipótesis o supuesto de hecho, y seguidamente una
consecuencia jurídica. No obstante los ciudadanos no obedecen a esta lógica;
actúan contra el supuesto de hecho, sin ninguna consecuencia legal. Piensan que
las reglas sólo son obstáculos impuestos para el logro de metas personales. No
imaginan que las reglas tienen alguna razón de ser y que su existencia no es
fortuita.
Quien
se cola en el transporte público por ejemplo, supone que no habrá ninguna
consecuencia negativa o si la hay, no lo afectará en el futuro; considera que
al romper la regla, al saltar el obstáculo ha triunfado. No pagó su pasaje,
ahorró parte de su capital y el sistema continua prestando el servicio con
normalidad. Muy “pilo”, tiene una actitud digna de admirar, y hasta de
replicar. Tal como en la historia, Vivo es un héroe; no hace trampa, hace
proezas. No obedece como Bobo pero le va igual de bien, piensa. Pero Vivo no
está sólo, en sus aventuras contra la ley lo acompañan Abeja y Avispado. Al
romper la regla Vivo no recibe reproche alguno de Bobo o del resto curso. Al
ver un colado, rara vez un ciudadano —y sucede también con la autoridad algunas
ocasiones— expresa su inconformidad o le hace un reproche público. Se crea
tolerancia por parte de quienes si obedecen la ley.
La
estrategia resulta un éxito, hasta que todo el curso replica la conducta de
Vivo. Todos hacen trampa. Más personas evitan pagar su pasaje y esperan que el
sistema de transporte sea gratis para ellos. Allí, el profesor se da cuenta de
la trampa y castiga al curso completo; en la realidad, el servicio de
transporte aumenta su costo para el cumplido, y reporta con alguna frecuencia
la muerte de uno que no lo es. Entre más incumplidos se suman, más inviable se
vuelve el sistema. La ganancia del vivo desaparece, pues el servicio desmejora
tanto para cumplidos, como para él. Lo mismo sucede en el caso de la corrupción
a escala municipal, la infracción a las normas de tránsito o el fraude
electoral.
No
propondré una solución desconocida, ni tampoco muy compleja. Evitemos ser los
vivos; no premiemos el ingenio propio de la malicia indígena. Inculquemos como
figuras que dan ejemplo a las generaciones venideras que el atajo no paga bien.
Si la madre o padre de Vivo, o por lo menos la de Bobo, les hubieran enseñado
aquello, el curso completo no estaría castigado.
Juan
Manuel Martinez Ramirez
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